«Dorayaki»: el libro siempre es mejor

El título tal vez no nos diga nada, pero ¿y si digo Una pastelería en Tokio?

¿Hay alguien que ponga el duda que —por norma general— el libro es mejor? Una pasteleria en Tokio llegó a España hacia el 2016 y hemos tenido que esperar varios años hasta tener en nuestras librerías la traducción del bestseller japonés.


Es posible que el dorayaki fuese mi primera aproximación a Japón. Recuerdo verlo en Doraemon, durante mi infancia, como algo ajeno, pero tan delicioso que bien valía una tarde sufriendo a base de deberes.

Los días de Doraemon ya han quedado atrás, pero el recuerdo de ese dulce vuelve a mi vida como título de este libro. Sin duda, me gusta más que el título de la película: Una pastelería en Tokio, cuando no era una pastelería, ni tampoco Tokio era lo importante.

El título original en japonés (An), hace referencia a la pasta hecha con judías azuki que se utiliza tanto en la repostería japonesa. Y si como yo, la lectora empieza a entender la literatura japonesa, se dará cuenta de cuán maravilloso es este título y cómo representa a la literatura. Parece idóneo que, desde nuestro punto de vista de lectoras occidentales, hayan elegido Dorayaki, pues mientras que los nipones se caracterizan por centrarse en los pequeños detalles, en Occidente lo primero que vemos es el producto como un todo.

Al igual que el plato, esta novela condensa en pocas páginas la esencia de la literatura japonesa. A elección de cada una, se puede devorar de una sentada, y saciarte rápidamente, o por el contrario, consumirlo a pequeños bocados que harán que apreciemos cada matiz y cada sutileza narrativa.

La trama es sencilla y los personajes son pocos, pero suficientes para crear una buena historia. Por un lado, tenemos al protagonista, Sentaro, un hombre de mediana edad, estancado como encargado de un puesto de dorayakis. En su vida aparece Tokue, una anciana con cierta deformación en las manos, que hace una pasta de judías muy buena, y que pide trabajo en el puesto. Mientras que el hombre representa la apatía y la decepción constante de no avanzar en la vida, la anciana encarna la resiliencia y el no rendirse. A su edad, es difícil encontrar trabajo, pero halla en Doraharu un motivo por el que madrugar cada día.

A estos dos personajes se les une Wakana, una chica de instituto que llega como clienta, pero que pronto hace amistad con la anciana. Wakana es la esencia de la juventud, la inocencia que aún no ha sido corrompida por la sociedad, y aporta a la trama la frescura del crecimiento, de unos ojos inocentes que miran hacia el futuro con cierta tristeza.

Así es como pasan los días en el puesto Doraharu, con un cerezo que nos marca el paso de las estaciones. La villana de la novela no es otra más que la propia sociedad. Aquella que habla, que juzga, que se aleja con una cara de asco no disimulada, que critica a las espaldas, y que no se molesta en saber. Es la narración, fina y delicada, la que muestra la belleza de los detalles, pero también la crueldad de una sociedad insensible.

«Sentaro sintió como si le dieran una puñalada en el pecho, impulsada por todas las fuerzas invisibles del mundo: el viento, el tiempo y el espacio».

La amistad que nace entre estos tres personajes los hace fuertes: se apoyan entre sí, se defienden. Sin embargo, la sociedad japonesa se define por su colectivismo. El bien mayor. Lo normativo. Si hay algo que irrumpe la armonía, la gente creerá que no es apto para su sociedad. La sombra de este pensamiento se cierne sobre ellos, y tendrán que buscar la manera de seguir adelante, sobreviviendo, y aprendiendo unos de otros. 

Este libro, que puede parecer una narración de las excentricidades de una anciana que mira judías una a una, es un claro mensaje social. Pone el foco en la soledad de los marginados, en la insensibilidad de los privilegiados, y la necesidad de mirar más allá.

«Me di cuenta de que no importa cuánto hayamos perdido o cuánta crueldad hayamos soportado, el único hecho concreto es que somos personas a pesar de todo eso».

Me gusta el término de «libros luminosos», pero no sé si este entraría en esa categoría. Desde luego, es una obra con un brillo único, que hay que leer, pero pensé que sería algo que devoraría, y lo que me encontré fue una necesidad de digerir el banquete de emociones que te embargan a medida que pasas páginas: tranquilidad, ira, tristeza, esperanza.

¿Recomendaría este libro?

Desde luego.

Es todo lo que te imaginas cuando piensas en la literatura japonesa: una novela visual que te lleva a evocar los cerezos en flor, las burbujas de las tortitas cuando están en la plancha y el sonido ambiental de una cocina. Y sobre todo, con un mensaje claro y potente: necesitamos más empatía, por favor.


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Ficha técnica

Dorayaki, de Durian Sukegawa.

Traducido por Amalia Sato.
📗 Chai Editora (2024)

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