«Sopa de miso»: el rescate de un libro de culto, que llega en su mejor versión
Basta de frustrarse al ver la edición antigua en tiendas de segunda mano a precios desorbitados
Cuando empecé a leer literatura japonesa, hubo mucha gente que me recomendó Sopa de miso. Siempre iba de la mano de Out, de Natsuo Kirino (y del que puedes leer una brevísima reseña que hice en Instagram), y ambos se señalaban como libros llenos de tensión, thrillers cocinados a fuego lento y que retrataban un Japón muy diferente a la imagen que se estaba formando gracias al anime y a la estética kawaii.
Pero como ocurre con este tipo de libros tan cotizados, se va formando una especie de negocio alrededor de los ejemplares que no se quieren. Si te paseabas por las páginas de compraventa, podías encontrar anuncios en los que se pedía hasta 200 euros por el ejemplar de turno. Algo parecido ocurrió con Por favor, cuida de mamá, de Kyung-sook Shin o La vegetariana, de Han Kang (aunque en este último caso, Random House lo ha recuperado y estará a la venta en junio de 2024).
En 1997, Ryū Murakami comenzó a publicar por entregas Sopa de miso. En las páginas del diario con mayor tasa de circulación del mundo, el Yomiuri Shimbun, se retrataba la parte más sórdida de Tokio: aquella que conformaban las calles de Kabukichō, una zona que aspiraba a ser el hogar de un teatro de Kabuki y que terminó convirtiéndose en el barrio rojo más conocido del país.
En la obra es Kenji, un joven de veinte años, el que va guiando: lleva a Frank por estos callejones, pero también sumerge al lector en un descenso a los infiernos cuyo trayecto nos llena de tensión y paranoia.
En un primer momento podríamos pensar que lo que leemos es un retrato del Japón más decadente. Sin embargo, recordemos que estamos hablando de Ryū Murakami, el de Azul casi transparente, ese cuya narrativa es inclemente y de una dureza explícita.
El trasfondo de la obra es lo que sirve de hilo conductor: una serie de asesinatos se suceden en la zona mientras Kenji empieza a desconfiar de su cliente, un hombre norteamericano con dudoso aspecto y cuya sonrisa le da escalofríos. La sospecha se instala en la cabeza en forma de pensamiento recurrente, como unas gafas imposibles de quitar que magnifican cualquier gesto: desde billetes manchados de sangre a una mirada del mal lanzada desde unas cuencas vidriosas y huecas.
Las problemáticas sociales se entrelazan en este contexto: chicas que cobran por las citas, las necesidades que llevan a las mujeres a prostituirse y el ojo crítico y social, inexorable y cruel, que las apunta como culpables. También se menciona el karoshi (término que señala aquellas muertes causadas por exceso de trabajo), o la situación de jóvenes como la del propio Kenji, que se mudan desde su pueblo natal a la capital esperando entrar en una universidad y acaban en trabajos que nadie quiere aceptar.
«Los padres, los profesores y el Gobierno te enseñan a llevar la vida triste y asfixiante de un esclavo, pero nadie te enseña a vivir con normalidad».
Pero vayamos un poco más allá: la esencia de este libro está en la interacción de sus dos personajes principales. Por un lado el joven Kenji, y por el otro el estadounidense Frank. Kenji, representante de una generación rota y sin ambiciones, explica las diferencias entre los japoneses y los norteamericanos, y de cómo de un lado «soportan» y en el otro «aceptan».
«Los americanos (…) siempre que creen tener razón, fuerzan a los demás a hacer lo que ellos quieran».
A lo largo de las tres noches que pasan juntos por las calles tokiotas, el viaje de Kenji se vuelve cada más oscuro: el pánico rebosa, y hacia la mitad del libro estalla una violencia tan explícita que desde ya aviso que no es para todos los públicos. Aquellas personas que hayan leído Out sabrán a lo que me refiero. Y para que sirva de guía, en este caso la violencia es más prolongada en número de páginas.
Porque si algo hace bien este Murakami, es narrar la maldad humana. Y lo hace con tanta habilidad que hasta la magia negra, la hipnosis y la telepatía nos podrían sonar lógicas: nos introduce en tal estado de conmoción que es como si el autor nos hubiera hipnotizado a nosotras a través de las páginas.
«Es el tipo de energía negativa que me transmite Frank, solo que llevada al extremo. Como si en él hubiera una maldad absoluta».
Pero la calma no llega tras la violencia: la ansiedad continúa hasta la última página. Porque no habremos parado de leer hasta entonces. Entre medias, llegamos a discernir cierto simbolismo casi místico: la muerte de un cisne, la ruptura de la armonía y la búsqueda de la purificación a través de unas campanadas —no se sabe si budistas o sintoístas.
Gracias a esta edición, traducida directa del japonés, podemos notar matices más complejos. Si bien han pasado dos años desde que leí la traducción indirecta, todavía recordaba la tensión in crescendo que me llevé de la primera lectura. En esta segunda, más directa y sabiendo lo que me esperaba, es posible sentir la angustia desde el comienzo del libro.
Y a pesar de todo esto, también hay hueco para algo de ternura. La relación entre Kenji y Jun es, cuanto menos, interesante. Dos almas que se conocen en este ambiente oscuro, que se comprenden, y que velan el uno por el otro.
¿Recomendaría este libro?
No es apto para aquellas que no soporten escenas gráficas. Si has podido con Out, es posible que también puedas con este. Pero agárrate bien, que es de lo más turbio que vas a leer de literatura asiática.
Este libro me recordó también a un vídeo de Asian Boss —debe tener unos cinco años ya— en el que se hacen entrevistas a pie de calle, y les preguntaban acerca de su opinión sobre la prostitución. Puedes verlo aquí.
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